“Siempre hemos sabido cómo combatir esta fragmentación: en 2010, en 2012, en 2020, cada vez con instrumentos diferentes. Nadie debería tener ninguna duda, incluso en los mercados, sobre nuestra voluntad colectiva de evitar la fragmentación”
Así declaró Villeroy del Banco Central Europeo, mientras los diferenciales de la deuda pública italiana se ampliaban.
“Tenemos la voluntad, y nadie debería dudar de que tendremos los instrumentos si y cuando sea necesario”. Pero esto, por supuesto, dejó a los que nos pagan por entretenernos con las dudas preguntándonos qué marcará el punto en el que será necesario que el banco central de Europa intervenga en los mercados, creando euros para luego comprar bonos periféricos.
“No hay niveles específicos de aumento de los rendimientos, o de los tipos de interés de los préstamos o de los diferenciales de los bonos que puedan desencadenar incondicionalmente esto o aquello”, explicó Christine Lagarde, presidenta del BCE, cuando se le pidieron detalles.
“Determinaremos en función de las circunstancias, de los países, cómo y cuándo es probable que se materialice ese riesgo y lo prevendremos”, afirmó, con la esperanza de que esa ambigüedad desaliente a los especuladores de llevar a los mercados al punto en el que el banco central se comprometió a actuar. “Pero estamos comprometidos -contraídos- con la transmisión adecuada de nuestra política monetaria y, en consecuencia, se evitará la fragmentación en la medida en que perjudique esa transmisión”, dijo Lagarde, confiada.
Pero no hay dos crisis iguales. En 2010, 2012 y 2020, la inflación europea en el norte de Europa era prácticamente inexistente. En 2012, cuando el presidente Draghi declaró que el BCE haría “lo que fuera necesario”, la inflación europea era del 2,35%.
En un mundo de inflación perpetuamente baja, el poder de los bancos centrales para crear dinero con el que evitar la fragmentación -también conocido como subvencionar la cohesión- parece ilimitado, sin coste alguno. Pero en un mundo de inflación alta y creciente, las subvenciones corren el riesgo de impulsar la inflación y desanclar las expectativas.
Los inversores deben contemplar todos los resultados y les queda evaluar la probabilidad de que los europeos del norte estén dispuestos a asumir esos costes en nombre de sus vecinos del sur ahora que la inflación de la UE es del 8,1%.