De hecho, el gobierno está casi admitiendo, en este momento, que la geoingeniería, alias chemtrails, es real y que se está utilizando para detener el “calentamiento global”.
Pues bien, ¿qué diría usted si alguien le dijera que esa tecnología no sólo existe desde hace años o incluso décadas, sino desde hace más de un siglo? Un hombre llamado Charles Mallory Hatfield, nacido en el seno de una familia cuáquera en Fort Scott, Kan, en 1875, es uno de los primeros meteorólogos conocidos.
Apodado “el hacedor de lluvias”, Hatfield declararía durante su educación que su mayor ambición en la vida era la pluvicultura, o la ciencia de “hacer llover”. Dejaría el negocio familiar en 1904 para perseguir este sueño.
La historia dice que Hatfield desarrolló una mezcla secreta para hacer llover que contenía 23 ingredientes diferentes, dos de los cuales eran dinamita y nitroglicerina. Al liberar este misterioso brebaje en la atmósfera a través de tanques evaporadores, Hatfield descubrió que era posible crear lluvia artificial.
“La clave es que haya nubes en el cielo y forzar químicamente el agua de dichas nubes para que caiga al suelo”, explican los informes sobre la naturaleza más primitiva e imprecisa de lo que Hatfield tenía a su disposición en aquella época.
El condado de San Diego pagó a Hatfield 10.000 dólares (294.000 dólares en términos actuales) para añadir 15.000 millones de galones de agua al embalse de la zona
En la época en que Hatfield descubrió esta tecnología, la zona en la que trabajaba sufría condiciones de sequía extrema. Al fin y al cabo, se trataba del clima desértico del sur de California, que se enfrenta a un clima “cambiante”, por así decirlo, desde hace muchos siglos.
Estos cambios son naturales, por supuesto, y no tienen absolutamente nada que ver con la actividad humana. Pero la cuestión es que el estado tenía problemas de agua incluso en aquella época, y la manipulación del clima estaba en la agenda en ese momento para ser utilizada como una herramienta para combatirlo.
Hacer lluvia como negocio
Hatfield pudo forjar un acuerdo que garantizaba 18 pulgadas de lluvia en sólo cinco meses. Le pagaron 1.000 dólares, el equivalente a unos 33.000 dólares de hoy en día, para hacerlo realidad. En 1915, se convertiría en una superestrella por haber cumplido con éxito su misión.
La lluvia que Hatfield pudo producir ayudó a mantener a los cultivadores de algodón en el negocio, así como a los mineros y otros en varios estados y territorios del suroeste. Con el tiempo, su salario aumentó a 4.000 dólares, o unos 130.000 dólares en términos inflados de hoy.
Los esfuerzos de Hatfield tuvieron tanto éxito que el condado de San Diego llegó a pagarle 10.000 dólares, o el equivalente a 294.000 dólares de hoy, por llenar un embalse de la zona con 15.000 millones de galones de agua.
Según los materiales que se conservan en la Biblioteca Pública de San Diego, el esfuerzo fue un éxito, y en realidad fue demasiado exitoso, ya que las fuertes lluvias en toda la zona provocaron grandes inundaciones.
La presa de Lower Otai acabaría rompiéndose poco después, matando a 19 personas mientras un muro de agua de 6 metros de altura se precipitaba sobre la zona. Aun así, San Diego obtendría el agua que necesitaba, todo gracias a la tecnología de voladura química atmosférica de Hatfield.
Hay mucho más sobre la historia que puedes leer en este enlace, pero basta con decir que la lluvia artificial ha sido una cosa de la vida real desde principios de 1900.
Y hay que tener en cuenta que la fabricación de lluvia y otras tecnologías que alteran el clima se han vuelto más sofisticadas desde entonces, permitiendo a los geoingenieros la capacidad no sólo de crear lluvia sino también de evitarla (es decir, sequías intencionadas).