La era de la globalización parece estar llegando a su fin, una muestra clara es que a la cumbre Davos cada vez asisten menos menos figuras de peso que en años pasados; el mudo en el que la organización floreció se desmoronando.
En los dos últimos años, Davos, el Foro Económico Mundial (FEM) y su fundador, Klaus Schwab, han cobrado más fama que nunca, aunque no por los motivos que ellos hubieran deseado. A la vez que se propagaba el COVID-19 y el mundo combatía la pandemia, el Sr. Schwab y el FEM, por no hablar de delegados habituales como Bill Gates, se convirtieron en el protagonista de una serie de descabelladas historias, la mayoría de las cuales se remitían a la afirmación de que estaban empeñados en dominar el mundo.
Al margen de los detalles más espeluznantes de estas historias, parecen haber pasado por alto lo más importante de todo: muy lejos de ser más poderoso que nunca, Davos está en decadencia.
Antes de continuar, es clave definir con precisión lo que “es” Davos. En esencia, es una cumbre de cuatro días de empresarios, políticos, académicos, activistas y, por supuesto, famosos, que se celebra en una estación de esquí suiza.
En este encuentro, hay discursos de líderes mundiales, foros en los que se habla de los grandes temas del día, desde la pobreza al cambio climático o la desigualdad, e innumerables reuniones y fiestas fuera de los muros oficiales del Foro Económico Mundial. Los banqueros acuden aquí para reunirse con posibles clientes y cerrar acuerdos en las suites de los hoteles, los políticos mantienen tranquilas reuniones bilaterales con sus homólogos y con empresarios.
Pero hay dos razones principales por las que Davos es importante.
La primera es: poder de convocatoria. Su éxito depende de que pueda convencer a un número de personas influyentes para que vengan a Davos, de manera que otras personas influyentes puedan codearse con ellas.
La segunda es algo más profunda: la mayoría de los participantes se benefician de un mundo en el que el capital y el comercio se mueven libremente de una parte del mundo a otra.
Y en ninguno de estos dos frentes las cosas pintan bien para Davos.
Este año acudirán al foro numerosos delegados de primera categoría, desde el Canciller alemán, Olaf Scholz, hasta el enviado de EE.UU. para el clima, John Kerry. Por supuesto que no se quedarán por fuera los líderes empresariales JP Morgan, Jamie Dimon, y, por supuesto, Bill Gates.
Sin embargo, en esta ocasión la lista de invitados parece mucho menos nutrida de lo habitual.
No está el presidente de Estados Unidos, ni el primer ministro del Reino Unido, e incluso Emmanuel Macron se muestra reacio a la reunión, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que estas naciones, y tantas otras, están luchando contra una crisis del coste de la vida en su país.
¿El fin de la propia globalización?
La estrategia consistía en que, si las partes interesadas se comprometían de forma más sensata con cada una de ellas, todos podrían llevarse bien. El lema oficial del Foro es
“Comprometidos a mejorar el estado del mundo”
Sin embargo, ante la crisis del coste de la vida, estas líneas de comunicación parecen haberse deteriorado o incluso quebrado.¿Las razones?
-En los últimos meses ha habido más huelgas que en cualquier otro momento de las últimas décadas.
-El diálogo parece fracasar.
-En casi todos los frentes, Davos parece estar en serios problemas.
Lejos de haber ganado poder en los últimos años, está más amenazado que nunca.
-En los próximos días, la ciudad suiza se llenará de fanfarrias: Ucrania, el estado de la globalización, el cambio climático… todos estos temas serán debatidos aquí por paneles de primera fila.
Pero de forma silenciosa, casi imperceptible, este lugar está perdiendo importancia a medida que cambia el mundo que lo rodea.