Nadie discute que la Guerra Fría entre la URSS y Occidente, que duró décadas, se basó en la competencia ideológica. La diferencia de valores entre los dos sistemas, el capitalista y el comunista, era demasiado grande para conciliarla. Sin embargo, al haber entrado en lo que podría ser un periodo mucho más tenso en las relaciones entre Occidente y Rusia, oímos con demasiada frecuencia decir que no existe un conflicto ideológico entre ambas partes.
Se afirma que el comunismo fue derrotado en 1991, y los estudiosos de Rusia se esfuerzan por atribuir la crisis actual a la rusofobia inherente a Occidente, o al presidente Putin, o a una mentalidad de guerra fría persistente en ambas partes. Sin embargo, se descuida el papel que desempeñan las dos ideologías globales dominantes en la actualidad en la configuración de la geopolítica: el liberalismo y el conservadurismo.
La globalización y, sobre todo, Internet, han tenido un profundo efecto en la sociedad humana y, por tanto, en la política. Se ha reconocido que existe un vínculo entre las redes sociales y el populismo, y que muchos movimientos populistas europeos comparten valores conservadores frente a los liberales.
El profesor Greg Simons, de la Universidad de Uppsala (Suecia), ha escrito sobre el “desafío montado contra el orden hegemónico liberal” y el cambio sísmico que se está produciendo en nuestra vida política en “Conservatism, Populism and the Crisis of Liberal Democracy: ¿Nuevas relaciones políticas en ciernes?
En este fascinante artículo, Simons sostiene que las etiquetas de “derecha” e “izquierda” ya no son apropiadas para describir la afiliación política. Afirma que, aunque todavía no han quedado obsoletas, existe ahora un nuevo “eje de orientación política”, el de “pro” o “anti” establishment. Simons también advierte de la reacción contra la “campaña negativa” emprendida por el orden liberal contra los valores populistas o conservadores y “el intento de crear una cámara de eco a través de la participación de los medios de comunicación dominantes con la política dominante”. Afirma que esta “desconexión” con el estado de ánimo del público se refleja en las urnas.
Sin embargo, yo diría que los términos “derecha” e “izquierda” son de hecho ya irrelevantes en el discurso político y no nos proporcionan una imagen precisa de la evolución de la sociedad. El mundo está ahora dividido aproximadamente en dos campos: el liberalismo y el conservadurismo.
La hegemonía liberal que existía tras la caída del comunismo está menguando. La era de Internet ha acelerado nuestras vidas y nos ha lanzado a un periodo dominado por el laicismo en lugar de la religión y el transgenerismo y los estilos de vida LGBTQ en lugar de los valores familiares tradicionales, para muchos ha sido un paso demasiado lejos, demasiado rápido. Sobre todo, porque con esta ideología liberal viene una corrección política de naturaleza agresiva que significa que cualquiera que no esté de acuerdo con estos ideales será castigado públicamente y aislado socialmente. Esto quedó perfectamente ilustrado en los últimos tiempos con el caso de la escritora británica Joanne Rowling, que fue acosada por sus preocupaciones sobre la transexualidad.
Gracias a Internet, las fronteras de los países ya no son tan relevantes. La gente se identifica según un sistema de valores en lugar de una nacionalidad: la política de identidad ha sustituido al nacionalismo. Si observamos las relaciones internacionales a través del prisma del liberalismo frente al conservadurismo, tenemos una imagen mucho más realista de las alianzas geopolíticas.
Occidente es un grupo de democracias “liberales”, pero en el momento en que un gobierno más conservador o populista es elegido dentro de este “bloque” se convierte en una amenaza para su existencia, y es condenado al ostracismo. Lo hemos visto con los Estados Unidos de Trump, la Gran Bretaña de Boris Johnson y la Hungría de Víctor Orban en la UE. Hungría, bajo el partido Fidesz, puede de hecho tener más en común con Rusia, que cualquiera de sus vecinos europeos, como explicaré en su momento.
Si aplicamos las etiquetas de conservadurismo y liberalismo al mundo que nos rodea, de repente el conflicto entre Rusia y Occidente es más transparente. Rusia se ha vuelto cada vez más conservadora en las dos últimas décadas, como escribe el profesor Paul Robinson en su libro “Russian Conservatism”, como “una respuesta a las presiones de la modernización y la occidentalización”. Sin embargo, Robinson también podría haber dicho “como respuesta al liberalismo”, ya que el conservadurismo es también, sin duda, una reacción contra la “anarquía” de los años 90, un periodo que el ruso medio recuerda con un escalofrío. También corresponde al resurgimiento de la Iglesia Ortodoxa.
El hecho es que la negativa de Rusia a promover la agenda liberal la ha convertido en la perdición de Occidente. Las actitudes conservadoras generalizadas hacia la homosexualidad en Rusia se utilizan constantemente como arma en la guerra de la información. Cuando Rusia adoptó una ley contra la promoción de la homosexualidad a los menores en 2013, fue presentada en los medios occidentales como una legislación antigay. Una ley similar adoptada recientemente por Hungría también ha sido calificada de esta manera engañosa. Los medios de comunicación occidentales y la clase política se niegan a aceptar estas actitudes conservadoras sobre el tema.
Esto quedó demostrado recientemente durante los Juegos Olímpicos de Tokio, cuando los medios de comunicación occidentales acusaron a los medios rusos de proferir insultos homófobos contra el nadador británico Tom Daley. Al parecer, los comentaristas del programa de televisión ruso de máxima audiencia 60 minutes calificaron a Daley y a otros atletas LGBT de “abominación”. Es evidente que esta noticia se creó para crear tensión, ya que es poco probable que Tom Daley, o cualquier otro británico nativo, vea los programas de noticias rusos. Para empezar, la mayoría de ellos no están traducidos al inglés. Y lo que los medios de comunicación occidentales no recuerdan es que no hace mucho tiempo, actitudes similares eran comunes en Gran Bretaña, mientras que ahora alguien expresará una opinión negativa hacia la homosexualidad o la transexualidad por su cuenta y riesgo.
Este liberalismo autoritario y el aplastamiento de la libertad de expresión están generando una rebelión de los votantes en las urnas. Es en parte lo que ha impulsado el movimiento Brexit en Gran Bretaña, el trumpismo en Estados Unidos, el Movimiento Cinco Estrellas en Italia y la AfD en Alemania. Está uniendo a la gente en toda Europa y en el mundo, ya que las poblaciones rechazan la agenda liberal que les dictan los medios de comunicación dominantes.
Rusia lidera actualmente la carga del conservadurismo a nivel mundial. Como ha escrito el experto en política exterior Andrei Tsygankov, el “compromiso recientemente declarado del país con los valores “conservadores” de la unidad nacional, la soberanía y la familia tradicional lo situaba en desacuerdo con las prioridades liberales occidentales”, lo que significa que en “las cuestiones principales, Rusia y las naciones occidentales tenían poco que acordar”. Por el contrario, vemos que el presidente Putin se ha llevado bien, incluso a nivel personal, con políticos conservadores como la francesa Marine le Pen y el ministro de Asuntos Exteriores austriaco. ¿Y quién podría olvidar las palabras de Donald Trump de que tenía una “muy, muy buena relación” con el presidente ruso?
Como tal, Rusia incurre en la ira del establishment liberal. Por lo tanto, tenemos a Rusia acusada de entrometerse aquí, allá y en todas partes; de causar la elección de Donald Trump y de diseñar el Brexit en Gran Bretaña. La élite liberal se niega a despertar y oler el café; su orden mundial está muriendo y necesitan a alguien a quien culpar. A quién mejor culpar que al mismo país que promueve abiertamente los valores conservadores; un país cuya sociedad y medios de comunicación demuestran que el liberalismo no es un hecho consumado y que una cultura moderna, organizada y floreciente no tiene que adoptar el liberalismo occidental para tener éxito. Ya no se trata del comunismo, ni de una antigua rusofobia. Rusia es una amenaza para la hegemonía liberal y no se le va a permitir que lo olvide.
