El padre de la novia no pudo estar presente, así que Trucker G la entregó.
Un grupo de cuatro personas se situó con orgullo sobre un camión de plataforma en el aparcamiento del Hagerstown Speedway, en Maryland, mientras un hombre con chaleco de seguridad dirigía a la pareja en sus votos. Trucker G, un popular streamer de “People’s Convoy” que subió la ceremonia a su YouTube, se situó detrás de la novia con gafas de sol y una sudadera con estampado de camuflaje. Después de que el oficiante declarara a los dos como marido y mujer, se besaron ante el público, que aprobaba con estrépito que dos de los suyos se casaran.
“Gracias a todos por estar aquí. Significa mucho”, dijo la novia. “Gracias, Trucker G, por sustituir a mi padre”.
Poco después de la boda en marzo, muchos de los participantes en la ceremonia se dirigieron a sus grandes camiones y, una vez más, comenzaron a conducir por la circunvalación de la capital de Washington, D.C., en su intento de conseguir que se levante la declaración de emergencia vinculada a la COVID.
Ese ha sido su objetivo desde que salieron de California a finales de febrero. El grupo se inspiró en el convoy de camioneros de Ottawa, que ocupó varias manzanas del centro de la ciudad durante semanas antes de que una operación policial masiva acabara por retirarlos.
Ambos convoyes evolucionaron a partir del movimiento antivacunas y antibloqueo (que a su vez surgió del movimiento antigubernamental) que experimentó un inmenso crecimiento durante la pandemia. Por el camino, han recaudado millones de dólares para sus entregados miembros, que han dejado sus hogares y trabajos para vivir en la carretera y luchar por lo que consideran libertades fundamentales.
Pero a medida que la pandemia de COVID-19 va disminuyendo -o al menos las medidas sanitarias instituidas para proteger a la población-, el movimiento de protesta que surgió en oposición a ellas sigue siendo fuerte. Aunque muchos camioneros vinieron inicialmente por la “acción”, es la comunidad, como las bodas y las amistades forjadas en el camino, lo que los mantiene allí.
No se trata sólo de estar en el convoy, en los campamentos o en los mítines; también se trata de ayudar en la cocina del solar donde los camioneros aparcaron por la noche y de reunirse con nuevos amigos en torno a un fuego nocturno en el que puedes hablar de tus conspiraciones favoritas.
“Es todo un ambiente aquí abajo. Es increíble, hombre”, dijo el ex líder del convoy, Brian Brase, en un livestream de marzo. “Todos en el convoy, son estrellas de rock aquí”.
“Hay mucha comunidad que está sucediendo. Los lazos que se están creando aquí, no he visto nada igual en mi vida”.
Esos estrechos lazos repercuten en el poder de permanencia del movimiento, según Amarnath Amarasingam, experto en extremismo y radicalización de la Universidad de Queens. Como él dice: “Siempre se ha tratado de una comunidad. Siempre ha tenido que ver con las relaciones interpersonales”.
“Una vez que se produce esa movilización, una vez que esa visión del mundo está cada vez más consolidada, [la comunidad] se moviliza fácilmente de nuevo para otra serie de cuestiones que puedan surgir en el futuro”, declaró Amarasingam a VICE News. “Por eso, aunque el convoy se haya marchado, sigue existiendo la duda a largo plazo”.
Como ocurre con cualquier comunidad marginada, se ha desarrollado todo un ecosistema dentro del convoy. Hay microcelebridades (Trucker G, por ejemplo), amistades y rencillas que se producen. En Hagerstown, el convoy estuvo a punto de ser destrozado por un DJ llamado Ricky Bobby que prestó su equipo de sonido a los organizadores.
También tienen sus fans. Una mujer se reunió con ellos en un aparcamiento de Idaho el pasado fin de semana para ofrecerles cortes de pelo al paso del convoy. Dijo que había conducido hasta Maryland cuando el convoy estaba allí y que había podido dar una vuelta a la circunvalación, lo cual era “fantástico”, y que no podía esperar a verlos de nuevo. Mientras recortaba el pelo del mecánico del convoy frente a una autocaravana, su amiga que rodaba hablaba de lo contentos que estaban de volver con los camioneros.
“Es increíble estar rodeada de gente que cree en lo mismo que tú”, afirma. “Cuando fui a la escuela de belleza hace años, me enseñaron a no hablar de política y religión. He estado siguiendo estas cosas desde antes de que ganara Trump, porque sabía que algo pasaba. Simplemente lo sabía, y no puedo hablar de ello con mis clientes”.
El grupo condenó el tratamiento de Trump por parte de los medios de comunicación y habló de cómo nadie se daba cuenta de que “seguía siendo el presidente” mientras ella peinaba el choque de pelo blanco del mecánico. Otro streamer (parece que todos los implicados son streamers) se paseó por allí y se unió con ganas a la conversación.
A pesar de la charla sobre las creencias, los camioneros no están necesariamente atados a un tema u objetivo de línea dura. El COVID y las medidas sanitarias que lo rodean no son más que un síntoma de un problema más amplio que les preocupa: esencialmente, que una cábala de élites esté utilizando el COVID para ganar más poder y acabar vendiendo su país a los globalistas.
Así que, si la pandemia desaparece mañana, la comunidad podría encontrar una nueva causa. El convoy estadounidense, por ejemplo, partió a principios de abril del Hagerstown Speedway, en Maryland, con destino a California para protestar contra algunos proyectos de ley a los que se oponían, entre ellos algunos que tocaban las vacunas y los abortos.
“La protesta del convoy para algunos puede no haber sido nunca sobre los mandatos de COVID, pero para los organizadores es una continuación de su historia como extremistas antigubernamentales. Muchos han utilizado tácticas similares a lo largo de los años con menor éxito”, dijo Marc-Andre Argentino, investigador del extremismo en la Universidad de Concordia y miembro de la Red Global sobre Extremismo y Tecnología.
Las protestas llevan produciéndose desde el comienzo de la pandemia y muchos de los organizadores son los mismos que convocaron concentraciones anteriores, como el Movimiento de los Chalecos Amarillos, un movimiento antigubernamental en Canadá cuyo punto álgido se produjo justo antes de la pandemia.
El pasado fin de semana, en Ottawa, muchos de los manifestantes que acamparon hace dos meses volvieron a la capital canadiense por primera vez desde que fueron expulsados por la policía. Desde entonces se han rebautizado como “Rolling Thunder”, y esta vez llegaron en motocicletas en vez de en camiones.
Para algunos, el reencuentro fue una experiencia emotiva. Algunos lloraron al verse, y otros corrieron a abrazar a sus amigos, informó el Toronto Star. Un popular streamer se encontró con viejos amigos casi inmediatamente después de entrar en el recinto de la protesta. “Por si no lo sabéis, compartimos un vagón de carga juntos”, dijo emocionado a su audiencia sobre el hombre con el que acababa de cruzarse.
“Los lazos que se forman durante este tipo de momentos de máxima adrenalina duran mucho tiempo, y son bastante intensos. Los movimientos de protesta adquieren una gran importancia para los vínculos interpersonales”, dijo Amarasingam. “Recuerdo que durante las protestas en Tamil la gente se reunía y se casaba, ya sabes, se formaban relaciones reales. La gente se refería a los demás como ‘mi madre de la protesta’ y ‘mi padre de la protesta'”.
Se pueden establecer comparaciones con movimientos populistas anteriores, como Occupy Wall Street y el movimiento Tea Party en Estados Unidos. Aunque Occupy se extinguió, el Tea Party se ha afianzado en los pasillos del poder. Amarasingam dijo que el liderazgo determinará la dirección de los convoyes, pero lo que es seguro es que no van a desaparecer pronto.
Muchas de las personas activas en estas comunidades lo han hecho con un coste personal bastante elevado: alejamiento de sus familias y amigos, pérdida de trabajo por negarse a vacunarse o vaciar sus ahorros de jubilación en un GoFundMe para los camioneros. Seguro que después de pagar un precio, se han volcado de lleno.
Puede que los manifestantes se harten de los convoyes y pasen a una nueva forma de protesta, especialmente cuando se enfríe el éxito de la acción de Ottawa, pero las caras que gritan los lemas seguirán siendo las mismas.
